jueves, julio 28

NUNCA MÁS VOLVERÍA A SER NIÑA

Enrique A. Meitín

En su marcada autosuficiencia no le prestaba atención alguna a los consejos de su madre… en ningún sentido, pues se sentía superior… todo lo “sabía” de antemano. Por su proceder, engorrosos fueron algunos de los tropiezos que dio, enfrentando por momentos hasta la propia naturaleza de su inevitable desarrollo… aunque demostrase de antemano estar preparada para lo que fuera, no era así, temblaba ante lo inesperado... pero tan internamente, que el más acucioso observador no podía percatarse de su miedo…

Una tarde en que en unión de su madre esperaba el ómnibus que le conduciría a casa de su abuela, esta le dio algunos consejos “para algo nuevo” que habría de suceder, pues la niña había presentado ya algunos dolores de ovario y sospechaba que en cualquier momento aquello ocurriría… su hija en cambio, centrada en su posición habitual, creía estar preparada para todo… lo sabía. Al despedirla su madre, ella asentó con un elegante movimiento de cabeza, mientras su mente, cuán lejos aun, se imbuía en… vaya usted a saber que pensamiento.

El clamor del gentío que esperaba el ómnibus, al saberse excluido no la ayudaba… a duras penas logró atravesar la puerta y avanzar hacia el interior, buscando un lugar adecuado. Antes de adaptarse a la marea humana que la rodeaba, se sintió mareada y que transpiraba más de lo normal. En sus doce años se había convertido en algo habitual desde hacía algunos meses… por supuesto que no se lo había comunicado a nadie. Cerró los ojos, a fin de evadir la mezcla de olores, sudores y empujones dentro in¬tentó “hablar consigo misma”, enlazar re¬cuerdos, ideas y expectativas, pero el recurso falló... para abrirlos, en el momento en que el ómnibus, ajeno a su apretura y deseoso de llegar a su destino para aliviar la carga, arrancaba perdiéndose de la vista de su madre, mientras ella quedaba de pie en el centro del tumulto…

El roce de hombros y caderas, hasta los ocasionales pisotones, casi necesarios por el poco espacio, transmitían a la joven-niña el olor a chispa eléctrica, como si no fueran cuerpos en movimiento, sino de cables desnudos, dispuestos a intercambiar electrones contra la voluntad humana de separarlos. Se sentía incómoda… si bien le agradaba ser centro… no así del torbellino humano que la acompañaba. Con las piernas temblorosas, adolorida, se propuso pensar en otra cosa que no fuera lo absurdo de su situación...

Paseó la mirada por los pasajeros. Al frente sentada, una mujer embarazada se aburría en un bostezo. Detrás de esta, una anciana que entre tos y tos increpaba a un niño, de apenas ocho años, entretenido en escupir por la ventana contra el viento. Más allá un hombre, no muy viejo, un típico hombre de campo, con el cuerpo lleno de arrugas de surco y sol, como una vitrina de su diario bregar con la tierra, las uñas como estalactitas rebanadas a ras y su sombrero de “yarey” encajado en la cabeza, cubriendo quién sabe cuánta pobreza paleada con el azadón, cerraba sus ojos y se trasladaba, a su tierra, escapando del bullicio no acostumbrado de la ciudad...

En ese instante todo comenzó a girar, en torno a ella y para ella... sintió que algo muy suyo dentro, se desgarraba suavemente, sin violencia. De pronto a su mente volvió aquel día, en que siendo niña cayó al río, en el lugar preciso donde se formaban interminables círculos, atrayéndola al fondo... de cómo los brazos fornidos de un alguien la había sacado a la luz. Recordó como sintió distinta la estancia fuera del agua al abandonar el río… distinta al momento líquido de la caída, como asustada se tocó el cuerpo en busca de los infinitos puntos por los que sintió pene¬trar el curso de la corriente. Si bien supo aquél día que algo en ella había cambiado, hoy enfrentaba un día semejante… otro cambio sustancial...

Intuitivamente se palpó los muslos… pensó ¿Qué le podía provocar esa ruptura interior?... no pudo concentrarse al comenzar a temblar y sentir frío, algo ilógico, dentro del ardiente calor reinante… se percató de que la anciana, la observaba desde su asiento… como tratando de decirle con su mirada lo que le estaba ocurriendo, cuando una sustancia cálida, pegajosa, despertó sus miedos.... se sintió como en un laberinto y ella dentro de él… sin poder escapar, mientras un ojo enorme, tal vez el de Dios, detenido, se le clavaba en el lugar de su dolencia... absurdo como el dolor que no le permitía ni siquiera pensar… inútil como el esfuerzo de alejarlo.

Detener el ómnibus habría sido una proeza impensable, mucho menos poder orinar allí... eso nunca... aunque los deseos la impulsaban a hacerlo, junto a la vergüenza de verse señalada, apretó sus dientes y sus piernas para acallar el llamado de la sangre. A pesar de su autosuficiencia no se imaginaba siquiera que nunca más volvería a ser niña...





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