miércoles, mayo 11

"Mi nunca olvidada Habana Vieja"

Por Enrique A. Meitin

Pese a los años de ausencia, cada vez que regreso “a mí nunca olvidada Habana Vieja”, porque no sólo así la considero, sino que como tal está enraizada en lo más profundo de mi alma, nace nuevamente en mi interior ese sentimiento tan difícil de analizar, mezcla de añoranza y miedo al reencuentro con sus pobladores, con sus recuerdos, con sus tantos sitios anecdóticos, colmado de ensueños, esperanzas, junto a desalientos y decepciones. Tal sentimiento, que ha sido fiel compañero durante mis años de estadía en esta “otra orilla”, como parte integral de la diáspora cubana, a escasas noventa millas, en este Miami tan querido… prolongación de mi entrañable Cuba, vuelve a mí y me hace recordar mi vida en ese, mi entrañable suelo. Y como “recordar es vivir”, vivo con intensidad el nuevo encuentro.

Cacareado “Patrimonio de la Humanidad”, mi Habana Vieja, capital de Cuba, la Perla de las Antillas, ciudad seductora donde pululan plazas, plazoletas, y también como todos sabemos, muchos solares, también históricos… más recientemente histérica, es vieja de por sí, por sus antiguos castillos, sus iglesias y conventos barrocos. Lugares todos ellos, donde se entrelaza el antiguo y tradicional modo de vivir citadino, con el moderno afán de “resolver”, para evadir la anquilosada y amarillenta libreta de racionamiento y poder vivir más allá de las posibilidades reales del sustento diario, o quizás más bien… lograr el sustento diario.

Conformada por callejuelas adoquinadas, “mí nunca olvidada Habana Vieja” muestra al viajero o a su hijo de regreso, hermosas fachadas de añejas residencias ya destruidas, muchas de ella apuntaladas hoy con vigas, o recostadas a los pilotes, que a sustitución de columnas la sostienen, precedidas por habituales montañas de basura que se aglomeran a cada paso, despidiendo ese hedor, para muchos característico de mi vetusta ciudad, a las que se suman pintorescos rincones y patios de sabor colonial, con diversidad de estilos y diseños arquitectónicos, no faltando tampoco sus vitrales… algunos de ellos destrozados por el tiempo, o desmontados o porque no vendidos por los actuales “bisneros” clandestinos de objetos de arte.

Ciudad que es alumbrada por el día por el irrespetuoso y quemante sol tropical, y por la noche, si acaso se alumbra, lo hace con muy poca luz, eso cuando no hay apagones, entonces es cuando la oscuridad se hace total. Pero eso si, como está rodeada por el mar, cuenta con mucha agua, la mayor parte de ella desperdiciada por sus calles y aceras… no potable, sino albañal..

No puedo en mi pensamiento olvidarme de todas esas cosas típicas, de “mí nunca olvidada Habana Vieja”, de cada bache en sus calles, otrora adoquinadas o asfaltadas más tarde sin mantenimiento, tan añejos como la propia capital de mi querida Cuba, ciudad que tanto amo, pues en sus calles existen algunos de más de cincuenta años de historia, baches que como alguien dijera con exactitud “… si estos pudieran hablar, narrarían la historia de la lucha de nuestros habaneros por la plena soberanía”. Ni dejar de recordar aquella folclórica característica de sus “sábanas blancas colgadas de los balcones”, o mejor dicho jirones blancos que cuelgan de balcones, también estos hecho jirones…

Ni tampoco de su enigmática Muralla, otrora división de los barios marginales, la cual la rodea en parte. De una de las calles de mis infantiles cuitas amorosas, bautizada con el nombre de Luz en época de la colonia por venderse ahí el combustible (luz brillante) que se utilizaba tanto para cocinar como para los faroles hogareños que iluminaban las casas habaneras. Mucho menos de mi mente se aparta, el famoso y nunca bien ponderado Malecón habanero, lugar obligatorio de reencuentro de parejas de enamorados; de “cazadores” de olas y de chinos “maniseros” y de todo aquel que en mi vieja Habana busca algún a brisa para calmar en las noches el calor de su hábitat, que naciendo en el Puerto se prolonga hacia el barrio citadino de El Vedado ganando en contemporaneidad, y que no decir del “Paseo del Prado” que con sus vigilantes leones, sirve de límite con el siguiente municipio de mi ciudad.

Al deambular por mí Habana, mi vista no deja de desviarse y se posa nuevamente en esos traseros característicos de nuestras exuberantes mulatas de pañuelos rojos en la cabeza, que deambulan, danzan y se “sofocan” al toque de una rumba de cajón o de la mas actual música de salsa, que inagotablemente brota alegre y apolíticamente por entre ventanas, portones y azoteas mientras ellas al menear voluptuosamente sus caderas, fijan eróticamente sus emblemáticas miradas en los transeúntes tras el aspirar de un buen “habano” torcido a mano en la fábrica de “Partagás”.

De nuevo, enmarcado en el diario trasfondo creado por la infaltable música popular cubana, y en sus folklóricos “plantes” de santería, y por supuesto por sus santeros, soy participe de la alegría de mi pueblo, de su risa escandalosa y contagiosa, de los juegos y las peleas de los más pequeños, que me retrotraen a mis tiempos felices de niño, mientras me sorprendo, como no obstante la precaria situación en que vive actualmente el habanero, su gente , mi gente… nuestra gente, jamás pierde la alegría o el buen humor, ya arrastrando sus bicicletas o transportándose dentro de los destartalados “Chevys” (alusión a autos norteamericanos marca Chevrolet de los años cuarenta y cincuenta que aun suelen verse circular por las calles de La Habana).

Vuelvo a estar allí y recuerdo todo eso y muchas cosas más. Aquellos planes “tareco”, cada salidero, cada apagón, cada tupición, cada bronca y sobre todo aquellas fabricadas colas por todo y para todo, que me hacen recordar “a mí nunca olvidada Habana Vieja” por de más folklórica, con nuestro característico pueblo amante del “dicharacho” divertido y sobre todo bailador, y conocedor del deporte… es decir de la pelota, salvo en ocasiones el boxeo, no existe otro deporte… Loas a mi ciudad natal.

Hace algo más de cinco años que abandoné la Isla… Ahora estoy nuevamente aquí, en mi ciudad, en mi Habana Vieja, en la que he pasado casi toda mi entera e ilegitima existencia y hoy mientras el afiebrado sol tropical, implacable juguetea por entre columnas y portales, a mí alrededor, me siento como participe obligado de un sueño barroco. De nuevo, como lo hiciera antaño en más de una ocasión, observo a su gente, oigo sus conversaciones e indirectamente participo en su quehacer diario, aunque no logro esta vez evitar que mi vista recorra plenamente el litoral marítimo de la ciudad y casi recreándome en la visión del panorama, me siento preso de una nostalgia avasalladora que me sumerge en el recuerdo de una época, que ahora al pisar nuevamente mi terruño, me parece muy lejana en el tiempo…

Nuevamente recorro esas calles por las que vague por más de cuatro décadas, alegre y acompañado en ocasiones, deprimido y olvidado en otras, “razonando sin razón” con una total, aunque fugaz certeza de que no sabía donde coño estaba… Transito a pie… siempre a pie ---hoy día, los taxis en Cuba son un lujo---, por una de las callejuelas de “mí nunca olvidada Habana Vieja”, con cierta lentitud, aunque de inmediato no tardo en verme atrapado por el denso tráfico peatonal, tan habitual en mi añeja Habana…

Me detengo a ver, que las farolas que hasta hacía algún tiempo ---al menos cuando partí de aquí---, alumbraban las calles de mi ciudad, ahora han dejado de hacerlo… observo como los cristales de las bombillas se encuentran esparcidas por el suelo en las calles y aceras. Quisiera pensar que son actos de la población habanera en protesta a las acciones del sistema, pero estoy seguro de que fueron algunos muchachos, al parecer “inocentemente”, que las tomaron como un tiro al blanco y las han roto a “pedradas”.

Sin proponérmelo detengo mi vista en una especie de palacio, convertido por el tiempo en una sucia vecindad, donde hoy viven hacinadas decenas de familias… a pesar de que existen tantos iguales, el temor a confundir aquel con otros que conozco o que he visitado, me preocupa. No obstante todo en este me resulta familiar. Tal vez este ahora algo más sucio, manchado y ajado por el tiempo o quizás debido al abandono a que ha sido sometido por los nuevos y tumultuosos ocupantes, pero a pesar de todo, lo extraño. Debo decirles que yo también formé parte de ese escenario tragicómico tan habitual en el entorno habanero…

Me familiarizó con sus vitrales, con sus “barbacoas”, balcones y pasillos colmado de “tarecos” y de vendedores clandestinos de todo lo “faltante” y al fondo sus baños y lavaderos, con sus colas para cargar agua, y en derredor sus negritos desnudos correteando sin frenos, lo que hace que de inmediato venga a mi mente la frase de “...jamás puedes cambiar el pasado, solamente puedes vivir el presente y conformar tu futuro en la medida de lo posible” y pienso hoy ---cosa que nunca hice antes---, que vivir en semejante lugar, donde trascurre día a día la terrible tragedia del hacinado habitante de la “ciudadela” habanera, tiene su precio, pues no es tan sólo una locura necesaria, sino la tendencia a la violencia. Vale decir, no obstante que también tienen lugar en ese ambiente increíbles atisbos de alegría y felicidad, pues debido al bullicio constante no es posible sentirse sólo, pero si realmente confuso en muchos sentidos.

… al oír la risa o tal vez un llanto infantil, evocaba en mí, presencias y ausencias, gustos y disgustos, recuerdos y esperanzas, mientras el aroma del café recién colado que olfateaba me puso frente a la imagen de mi madre y sentí que a su lado de nuevo vivía. Vi el rostro satis¬fecho de ella al desayunar…. agraciada en su juventud, hermosa en sus cincuenta y tantos, no descuidó un ápice la atención a su cuerpo y transmitía, en cada acto, esa sana obstinación a mantenerse sana y fuerte, no para ella en sí misma, sino para poder darlo todo en beneficio de los suyos.

Salir con mi madre, cuando apenas era un niño, constituía tanto para mí como para mi hermano, una fiesta, “… comunión de sombras, fusión de mi antigua infancia”. Cuando recorríamos los rincones históricos de la Habana Vieja, en unión de mi hermano ---y algunos años después ambos solos---, lo que hacíamos frecuentemente, nuestra madre se mostró siempre como una ferviente defensora de nuestra “vetusta” Habana. Ella, aunque nació en Bejucal ---en el interior de la provincia de La Habana--- describía con gran conocimiento y amor los más variados sitios de la ciudad, sus antiguos palacios y residencias, sus calles con sus arcadas, sus parques con sus monumentos, que tanto llegue a admirar y que hoy tanto extraño…

Ella supo inculcarme la amable camaradería de sus habitantes, junto al encanto de sentirse dueña de toda aquella “fantasía” de la ya destruida y olvidada Habana Vieja, por la falta de mantenimiento. Me enseñó desde niño a amarla, como lo había hecho su madre con ella. Repasando en el tiempo, recuerdo como respondía con alguna mueca a mis preguntas sobre el ¿Por qué? de los “solares” marginales. Cuando esto último ocurría, yo lograba adivinar, en el quebranto disimulado del tono autoritario de mi madre la negativa a que me acercara a aquel lugar, no por repulsión, pues adoraba a los pobres y los respetaba---, tal vez por miedo a que algo me pudiera suceder… pero ahora estamos lejos, aunque muy cerca, y solo nos queda evocar la nostalgia y tal vez algún reencuentro, aunque nunca hemos de dejar a un lado mi nunca olvidada Habana Vieja...